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ante la culpa

No puedes establecer ningún acuerdo con la culpabilidad, y al mismo tiempo escaparte del dolor que sólo la inocencia mitiga. Vivir aquí significa aprender, de la misma manera en que crear es estar en el Cielo. Cada vez que el dolor de la culpabilidad parezca atraerte, recuerda que si sucumbes a él estarás eligiendo en contra de tu felicidad, y no podrás aprender a ser feliz. Con dulzura, por lo tanto, aunque con la convicción que nace del Amor del Padre y de Su Hijo, repite para tus adentros lo siguiente:

Pondré de manifiesto lo que experimente.
Si Soy inocente no tengo nada que temer.
Elijo dar testimonio de mi aceptación de la Expiación, no de su rechazo.
Quiero aceptar mi inocencia poniéndola de manifiesto y compartiéndola.
Quiero llevarle paz al Hijo de Dios de parte de su Padre.

Cada día, cada hora y cada minuto, e incluso cada segundo, estás decidiendo entre la crucifixión y la resurrección, entre el ego y el Espíritu Santo. El ego es la elección en favor de la culpabilidad; el Espíritu Santo, la elección en favor de la inocencia. De lo único que dispones es del poder de decisión. Aquello entre lo que puedes elegir ya se ha fijado porque aparte de la verdad y de la ilusión no hay ninguna otra alternativa. Ni la verdad ni la ilusión traspasan los límites de la otra, ya que son alternativas irreconciliables entre sí y ambas no pueden ser verdad. Eres culpable o inocente, prisionero o libre, infeliz o feliz.


Fuente: UCDM, T-14.III.3

 
   
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